Trucos y Consejos
11/3/2022
Desde sus inicios, se ha relacionado al coche 100% eléctrico con el tránsito urbano, gracias a la eficiencia, el ahorro que acarrean y sus cero emisiones contaminantes. Sin embargo, la conducción eléctrica presenta otras prestaciones que le otorgan una identidad única.
¿Se conduce de la misma manera un coche eléctrico que uno térmico? ¿Qué se siente al conducir un vehículo sin motor de combustión? Son cuestiones que se plantean ya muchos conductores a los cuales empieza a rondarles la idea dar el salto hacia otro tipo de movilidad.
Desde luego, no hace falta recorrer más que un puñado de kilómetros para comprobar las diferencias significativas que existen con respecto a los modelos de propulsión tradicional. Vamos a repasar las más determinantes, avanzando desde las más evidentes a las más sutiles.
Una de las experiencias comunes para aquellos que se suben por primera vez a un coche eléctrico se produce en el momento de la arrancada. “¿Ya está?”, piensan muchos nada más pulsar el botón de encendido. El sonido de un propulsor eléctrico es delicado y tenue. El despliegue energético solo se percibe al pisar el pedal del acelerador y aun así, sus decibelios se sitúan por debajo de lo acostumbrado.
El silencio solo es el punto de partida de una conducción suave y relajada. Aparte del trabajo del motor, nos encontramos con una mecánica más sencilla y que utiliza menos piezas (lo que termina derivando en un mantenimiento más económico abordado en el artículo “Adiós al mantenimiento de tu coche Eléctrico”). Del mismo modo, las motorizaciones eléctricas no presentan estas incómodas vibraciones que tanto identifican a los bloques diésel.
La ausencia de ruidos se nota en la misma arrancada. A esta le sigue el inicio de la marcha. Con ella, nos percatamos de la segunda gran diferencia de la conducción eléctrica. Su par instantáneo nos acerca a una experiencia de conducción en la antesala de la deportividad.
Cuando probamos por primera vez un coche eléctrico, hay que tener precaución antes de pisar a fondo el acelerador. La entrega de un eléctrico no depende de las revoluciones, es directa y no progresiva, como ocurre con los motores térmicos, por lo que conviene acostumbrarse para que esa aceleración instantánea no nos sorprenda en los primeros compases.
En función del modelo, nos encontramos cifras por debajo de 10 segundos para alcanzar los 100 km/h. Esta propiedad se subraya aún más cuanto menor es el lapso de velocidad. Por ejemplo, un coche eléctrico puede pasar de 80 km/h a 100 km/h en tan solo 2 segundos, algo espectacular frente a los motores de combustión.
La entrega inmediata aporta un valor especial para la seguridad vial. Es útil en situaciones como adelantamientos, en las que se requiere mayor capacidad de reacción.
Relacionado con la anterior se encuentra el hecho de que la transmisión 100% eléctrica no necesita una caja de cambios ni tampoco embrague. La entrega de energía es directa y, de ahí, la sensación de instantaneidad que presentan.
Algunos pueden pensar que resulta una circulación menos personalizada. En el fondo, esa personalización se materializa de una manera electrónica a través de diversos modos de conducción. Gran número de usuarios coinciden en que esta combinación resulta mucho más divertida y excitante, al ver cómo el coche responde rápidamente a tus peticiones como conductor.
No todo en un modelo eléctrico es dar y entregar. El sistema de propulsión también cuenta con recursos para recuperar un tanto por ciento de la energía otorgada. Aquí se produce otra de las diferencias de su conducción.
Ocurre al levantar el pie del pedal del acelerador. Mientras que en un modelo térmico notamos que continúa cierto avance, un modelo eléctrico tiene a retener, con lo que se aprecia de forma más evidente que hemos dejado de acelerar. Una vez familiarizado, la conducción se torna más fácil, pues en muchas ocasiones no es preciso usar el freno.
Los modos de conducción permiten calibrar este grado de retención para energía a la batería. Esta característica tan peculiar se denomina frenada regenerativa y resulta valiosa en vía urbana. Permite compensar parte de la energía perdida en las paradas.
Las ausencias de caja de cambios, embrague o ruidos mecánicos disminuyen la carga mental de los conductores de modelos 100% eléctricos. Esta facultad incrementa el confort y potencia la seguridad vial.
De este modo, se refuerza la necesaria atención permanente en la carretera. Es posible estar pendiente de lo que realmente importa, combatiendo el estrés o comportamientos agresivos al volante.
El centro de gravedad de un coche eléctrico tiende a estar más pegado al suelo que el de un térmico. El motivo lo encontramos en los packs de baterías que se alojan bajo el habitáculo.
La consecuencia directa es la sensación de viajar con un aplomo mayor, en especial a la hora de acometer curvas. De este modo, la estabilidad sale reforzada y, por tanto, también la seguridad.
No se trata solo de su papel por la sostenibilidad y por una movilidad libre de emisiones. La pulcritud también está en sus detalles. Con un coche eléctrico nos olvidaremos de las manchas negras en la zona de la carrocería que rodea al tubo de escape. También se descartan los olores que un coche de combustión desprende, algo que se nota, por ejemplo, en el interior del garaje.
Se suele apuntar que la conducción eléctrica transmite una sensación más relajada, directa, segura y con menos preocupaciones (por ejemplo, por un gasto excesivo en combustible o mantenimiento). Sin duda, resultan ventajas con mucho peso que están contribuyendo a facilitar el paso hacia la movilidad más verde.